Someday we'll know
If love can move a mountain
Someday we'll know
Why the sky is blue
Someday we'll know
Why I wasn't meant for you
— New Radicals
Hoy el algoritmo de Spotify decidió traerme de regreso.
A personas. A momentos. A versiones mías que creía guardadas.
Tal parece que hoy tenía que acordarme de mucha gente.
Y no de manera dolorosa… más bien suave. Como la lluvia de junio.
Llueve.
Y mientras me saboreo un helado de mamey con queso —sí, ese sabor raro que solo a mí me hace sentido—, pienso en cómo ciertos recuerdos se activan con canciones, como si alguien apretara un botón invisible en el alma
.
Me descubrí sonriendo.
Creo que eso es lo lindo de los recuerdos en pausa:
esos momentos que viviste con alguien, en los que te sentiste muy feliz,
y que se quedan suspendidos en tu mente y en tu corazón.
Inalterables. Intactos.
La música tiene esa habilidad: detener el tiempo y recordarte con quién fuiste feliz.
O con quién fuiste tú.
Hay recuerdos que no necesitan foto ni fecha.
Se quedan por lo que te hicieron sentir.
Y vuelven, suaves, silenciosos, como esta canción que suena en el fondo.
Como esta lluvia.
Como este helado.
Mientras sonaba Danny Ocean… me pasó otra vez.
Apareciste en una canción.
No te busqué, no te esperaba.
Pero ahí estabas, deslizándote entre acordes,
como si el algoritmo supiera lo que mi corazón no se atrevía a recordar.
Sonó Dime tú, de Danny Ocean,
y, sin darme cuenta, sonreí.
Una de esas sonrisas que nacen solas,
que no necesitan permiso ni explicación. No por la canción en sí,
sino por todo lo que arrastró consigo.
De repente, ya no estaba donde estaba.
Estaba contigo. En otro tiempo.
Volví a ese viaje, a ese alto improvisado en un Starbucks perdido entre kilómetros de una carretera.
Estábamos formados.
Yo delante.
Tú detrás.
De fondo, escuchábamos:
Y dime tú
Dime tú, ¿a quién besarás?
Cuando el sol caiga del cielo y deslice por tu pelo
Baby, dime tú
Y dime tú
Dime tú, ¿a quién besarás?
Yo te elijo a ti
— Danny Ocean
Bailamos en la fila, y en ese gesto tan tuyo, tan natural, me abrazaste por la espalda.
Avanzábamos en la fila así, abrazados.
Tú dándome besitos en la frente,
yo acariciando las manos con las que me abrazabas.
No dijimos nada. No hacía falta.
Fue un instante breve, cotidiano, casi invisible…
pero lleno de todo lo que no supimos decir. Un recuerdo que me quiero guardar para siempre.
Con los años he pensado que hay recuerdos que no gritan,
que no necesitan fecha ni foto para quedarse.
Los llamo recuerdos en pausa.
Pequeñas escenas suspendidas en la memoria, intactas.
No por lo extraordinario de lo que haya ocurrido,
sino por lo que hicieron sentir.
Son esos segundos que, sin saberlo, se volvieron eternos.
Y viven guardados en algún rincón del alma,
esperando ser activados por una canción, una luz o un aroma.
Y si algún día me ves sonreír en silencio mientras suena una canción,
tal vez es porque, por un segundo, regresé a ti.
A ese instante.
A ese abrazo.
A ese amor sin ruido.
De esto me acordé hoy: con la lluvia, con mi helado y con mi pequeño desastre mental de recuerdos en pausa…
Vanessa Iturbide.